Ya está, no se haga mala sangre protestando por el gol mal anulado a Emmanuel Gigliotti. Boca no se quedó afuera por eso. No fue víctima del árbitro Germán Delfino ni de River. Fue víctima de sí mismo. Si se quedó afuera de la chance de pelear por su título internacional número 19 fue por no saber con certeza a qué jugaba y por no ser capaz de meter un gol en 180 minutos.
Y mire que oportunidades no le faltaron, pero se encargó de desperdiciar una tras otra hasta que se le acabaron. Un penal a los 15 segundos pudo haber dictado los términos en los que se jugaba esta revancha, pero Gigliotti ejecutó un penal indigno de un 9 de Primera, tan fácil que casi se atajaba solo: a media altura y sin buscar la esquina. Para completar, después desperdició otras dos muy claras.
Ojo, la culpa no es solo de él. Con sus yerros, fue el único que estuvo cerca de hacerle cosquillas a Marcelo Barovero. Fernando Gago estuvo 41’ en cancha, pero mucho menos tiempo en el partido. No hay que confundir heroicismo con imprudencia: un jugador en una pierna es un jugador menos. También es cierto que sin él en la cancha, Boca se volvió un barco a la deriva. Al no haber alguien capaz de armar una jugada como la gente en el medio, River aprovechó el golazo de Leonardo Pisculichi para hacer la lógica del que tiene el sartén por el mango: reforzarse atrás y salir de contra. Sin un volante de contención, el medio fue zona liberada para las contras de Teófilo Gutiérrez, Carlos Sánchez y Rodrigo Mora. Y mientras los delanteros no le acertaban al arco, el “xeneize” chocaba una y otra vez con la defensa “millonaria”. Adicionaron cinco, pero aunque hubieran sido 90’, así no la iba a meter.